En este rincón perdido al otro lado del globo, al que ahora llamo casa, y al que antes llamaba Kigoma, las estaciones son solo dos; las estaciones secas y la estaciones de lluvias.
Resulta que cuando yo llegue aquí, era estación seca, obviamente no llovía nada. De hecho, pasaros más de tres semanas de cielos azules, de días de calor y sudor en la cama. En esos días, la tierra rojiza que rodea al maravilloso lago Tanganyka vuela por todos lados, difuminando en el horizonte aquel país que nos suena tan lejano en España, pero que aquí esta a tiro de piedra: El Congo Belga, Zaire, ahora renombrado a República Democrática del Congo, DRC.
Durante meses, se ve el sol languidecer por entre una neblina roja creada por la tierra, en vez de entre la silueta del ofuscado vecino.
No nos quejamos de las vistas de la casa.¡Como Podriamos!
Pero ahora las lluvias llegaron y además de hacer el aire más respirable y la temperatura más llevadera, nos ofrece otras maravillas. El perfil afilado de las montanas congolesas cortan la cansada naranja africana todas las tardes que no hay nubes y el lago se viste de un color rosado magnifico. Todo un espectáculo digno de ser admirado desde la tranquilidad de nuestro patio de casa, sujetando en la mano una cervecita fría.
Solo una cosa enturbia el pensamiento a veces, en esas montañas que yo veo desde mi cómoda silla, desde mi fresca cerveza, existen personas que se levantan cada mañana en un país que incluso en Tanzania se considera en “mala forma”. La alegría en cambio es que incluso hay, donde la vida está dura de morder, tendrán un espectáculo del bellísimo amanecer de las montañas de Kigoma, para sentirse contentos al despertar.