miércoles, 20 de julio de 2011

Cucarachas sobre ruedas

Probablemente en la casa en la que vives no hay cucarachas, las superficies estarán bien limpias, los alimentos guardados en muebles, así que tal vez muchos de vosotros no sepais bien compo operan en el día a día, mejor dicho en el noche a noche. Lo que es bien sabido es que las cucarachas dan  mucho asco y repulsión y nadie las quiere cerca.

Segun dicen los cientificos, son los animales mejor adaptados, y adaptables, del planeta. Son de lo poco que sobreviviría a un holocausto nuclear u a otro cataclismo que ocurriera en esta mundo.

El caso que que cuando bajas a la cocina, enciendes la luz y las ves, ellas corren como locas sin mirar hacia donde y encuentran espacios infinitesimalmente pequeños para colarse, entre la pared y el micro-ondas, entre el fregadero y la bolsa de la basura, entre los detergentes y los trapos. Donde parece que nada puede pasar, una cucaracha entra.

A mi este comportamiento se me asemeja mucho a algo a lo que me enfrento a diario: El tráfico en Puerto Principe. Sin ponerme a personalizar, cada persona al volante de cualquier tipo de "elemento movil a motor", muchos no califican siquiera en la categoría de coches, es como una cucaracha con ruedas. Cada pequeño espacio es apto para pasar, no importa si tienen o no prioridad, si se puede o no pasar, si se bloquea la carretera o no, solo importa en avanzar, aunque sea para recular más adelante, aunque te piten y te maldigan...¡Hay que seguir, cueste lo que cueste!


Hay que decir que aquí los semáforos son entes extraños, las señales suelen estar pintadas con pincel y pintura de bote y el asfalto es un bien escaso y descascarillado como la loza de un baño de taberna vieja. Lo cual no le da a uno razón para ir a lo Kamikaze , en contradirección por las calles de la ciudad.¡Por Dios!

sábado, 16 de julio de 2011

Opulencia en Miami

Hace muchos años, echaban en la tele una serie muy chula de polis guapetes en esta ciudad, Miami Vice. Yo crecí, como muchos otros con ella durante muchos años. Hoy puedo decir que ya conozco Miami, y que muchos de las cosas que salían en la serie, son verdad y que se han acentuado con el paso del tiempo.
Si rodasen de nuevo la serie, al productor de la peli no se le ocurrió, yo le pondría:
Miami Opulence, para los no doctos en el idioma de "sespir”, Opulencia en Miami. Allí, todo lo dice tu apariencia, tus vestidos, tus joyas y por supuesto tu coche. Más dinero te gastes en menos tejido, mejor. Más cosas brillantes lleves colgando de ti, mejor. Más ruido haga tu coche y más ocupe en el asfalto, mejor.



Punto curioso a la entrada de una superdiscoteca de South Miami Beach: sábado noche, decenas de gente guapa esperando como ovejitas a entrar en el selecto redil, llamado Cameo. Su destino para esa noche pende del vistazo rápido de un seños de 150 kilogramos de pura masa muscular y tatuajes que darían miedo si no tuviera un pinganillo en la oreja. Una rápida mirada al hueco entre la acera y los todoterrenos de última generación y deportivos de 32 válvulas revela, curiosamente docenas de sandalias de mujer, abandonadas a su suerte...Mi curiosidad se dispara y comienzo a pensar; ¿Quién los habrá abandonado a tan curioso destino?


Discutimos, la Ratita y yo unos instantes y todo parece encajar: las chicas guapas nunca podrían entrar en el palacio de la música con unas Habaianas, pero tampoco podrían hacer el trayecto entre su casa y la discoteca, así que optan por la solución intermedia; caminan hasta allí en chancletas, como unas mortales más y una vez en su destino final, teniendo un bolso ridículamente pequeño en el que solo cabe una tarjeta de crédito y algo de cocaína, abandonan a sus aliadas en el comienzo de la batalla de la diversión.
Lo dicho, muchas cosas chocantes en esta ciudad, marcada por los vascos y sus descendientes, pero que no podría ser más diferente de Bilbao.

sábado, 9 de julio de 2011

Papilas progresivamente aventureras

Fiki y yo crecimos en un ambiente de violencia alimentaria continuada, y de gran intensidad, durante buena parte de nuestra infancia y juventud.

Corrían los años de la E.G.B, Mamaica cosía que se las pelaba largas horas y decidió meternos, mejor dicho someternos, a los rigores culinarios del comedor escolar del "Peral" (vetusto y peyorativo nombre de nuestro centro de estudios)

Durante esos años, mis papilas gustativas retrocedieron a tiempos gastronómicamente olvidados, tiempos sensorialmente más felices, donde una sopa de fideos y pechugas de pollo a la plancha eran manjares de la comida del viernes, augurios de un fin de semana de comida casera y de conejo asado con patatas y alioli.
Una sola cosa tengo que agradecerle a los cuidadores y cocineros de tal salón te tortura estomacal:
Mi afición a la cocina.
Muchas tengo que reprocharles:
Lustros de injusta animadversión a los cocidos, potajes, purés de verduras, pescados de todo tipo, a la "fruta del tiempo (pasado)", a la salsa de tomate (sin cocer...).

Me llevo un viaje de un año por tierras Jamaicanas, a bordo de una familia Chino-Jamaicana para comer, y para mi estupefacción disfrutar del arroz. Me vi forzado a visitar monjas sin zapatos en Ávila, a fin de catar las espléndidas virtudes de las zanahorias, los pimientos y demás regalos de la tierra,íntimamente mezclados en un horno de leña con jugosas carnes, evento para mi inusitados hasta la fecha. Necesité vivir con un francés recalcitrantemente adicto a los quesos olorosos para comprender que el purgatorio, sino el cielo, se encuentra en un trozo de pan y un pedazo de Roquefort, afinado en la oscuridad de una húmeda cueva de las montañas.

Mis papilas gustativas, progresivamente fueron desprendiéndose de sus complejos, de sus miedos y fantasmas del pasado. A base de kilómetros y de vuelos transcontinentales por lugares insospechados, hoy se denuncian a si mismos aventureras del sabor.

Degustaron carne de llama Potosina, patatas negras secadas al sol y al frió de uno de los lugares más inhóspitos del planeta, comieron crujientes hormigas aladas, fritas a las orillas del lago Tanganica, salchichas chinas fabricadas con carne de procedencia más que misteriosa, curry picante de Tailandia, mango verde aderezado con sal, pescado fermentado al norte de Suecia, pulpo seco de la costa índica de Madagascar, intestinos de vaca rellenos de grasa, carne de cocodrilo...


De la mitad de los hitos gustativos podrían decir que disfrutaron, de la mitad restante dirían que fueron "invitaciones demasiado amables para rechazarlas".

Yo aún así, incluso con nuestras desavenencias, les estoy eternamente agradecido por hacerme disfrutar de lujos sencillamente inigualables, como buena Guinness al borde soleado de un canal dublinés, de un buen plato de brócoli a la plancha, de una merluza en salsa verde, o porque no decirlo, un pecado secreto; de una suculenta tajada de hígado de ternera encebollado con patatas fritas.