Muchas cosas, las buenas y las malas, suceden así,
de repente. Sin darte cuenta ya te han pasado, ya te han cambiado, ya sucedieron
y a veces hasta se han ido para siempre.
Los terremotos, por ejemplo, suceden de repente.
Todo el mundo los espera, se rumorea sobre su llegada, pero ellos nunca avisan
y siempre sorprenden. Son como ese mal amigo, que todos saben llegará a la
fiesta de cumpleaños pero no saben a qué hora, ni con que “regalo”.
Así pues, un día de estos de estar tranquilo, de
repente a mi pequeña y recién inaugurada familia, nos aconteció un terremoto de
escala amorosa, pero terremoto al fin y al cabo. Él no lo sabe, ni lo hace a
sabiendas el pobrecillo, pero tambaleó los cimientos de nuestra resistencia y paciencia.
Lo esperábamos, seguro, pero, ¿nos pilló por sorpresa? ¡También!
De repente todo son cambios, cambios de horarios a
deshora, cambios de tareas perennemente inacabadas, cambios de planes
alternativos, cambios de regalos bienintencionados, cambios de pañales defecados,
cambios de camisas vomitas…
Pero quitando de estos cambios, que son más vistosos
y en buena medida predecibles, lo que más lo que más me ha sorprendido son los
cambios que no se ven, los que se lleva uno por dentro, como pegados a la almohada
por la noche. Sabía que llegarían, pero, de repente me pillaron fuera de juego.
Me refiero a como a uno le cambia el pensamiento, asi, en tan poco tiempo como que
ha acontecido desde nuestro pequeño terremoto familiar de hace ahora dos meses.
Me encuentro haciendo, y pensando, cosas que antes
no hacía, ni pensaba. A veces me sorprendo a mí mismo poniendo voces agudas y
balbuceando a ese muñequito majestuoso, o pensando en que cuando tenga un
tiempo más saldremos a pasear en bici, o que sí que rápido voy en la bicicleta
y algo me puede suceder, que si ojo con esto que podría pasarle…
¡Que digo yo que estas cosas estarán en los genes, ya
que a mí nadie me las ha enseñado! Porque yo, que nunca fui de coger en brazos
a bebés, ahora pienso que de este, el mío, nuestra carne, nunca tengo
suficiente (mientras no llore, claro está).
Sobre todo sobre todo, si me tengo que quedar con
algo, lo que más me sorprendió, así de repente: La Añoranza, con mayúscula.
Explicándome así, tal cual, escueto, se podría
pensar que soy un descastado, un desraizado sin escrúpulos, pero déjenme
explicar que tras muchas idas y vueltas, si bien es cierto que hay cosas que añoro
al salir fuera, nunca las evoqué como estos días.
Siempre me faltó cuando no estaba mi novia, luego mi
esposa, mi madre y algunos familiares y amigos…pero ahora mismo y con tan solo
una semana fuera, el sentimiento de añoranza te “TU FAMILIA”, la que tú has
creado, es diferente y más fuerte que cualquier otro. Te hace sentir hasta
culpable si no lo sientes veinte cuatro horas al día.
Esta Añoranza te hace querer dejarlo todo y no
separarte más lejos que de donde te lleguen sus abrazos y sus orines
respectivos. Igualmente te hace, persistentemente de repente comprender que
eres padre y esposo, y que tu lugar está con tu familia.
Aunque a veces tengas que dejarlo, tu sitio ya
siempre será ahí, con los tuyos que has elegido y creado.