Hace unos años me fasciné al conocer que los japoneses aman tanto sus tazones de comer que, si se les caen y se rompen, no los tiran a la basura y van al Ikea a por otro como haríamos los Occitentalis Vulgaris. Una Japanensis Pudientis lo arregla, (bueno los que tienen pisto). Así toda iconoclasta. ¡Sacrebleu! ¿Qué no sabe que arreglar va en contra de las leyes del mercado? Si arreglas, eliminas la perfección, insurreccionas a la obsolescencia, no satisfaces a San Consumo del Divino Desarrollo, y esto no va así chicos, si es que es de primero de EGB (estoy canosillo ya…).
Se ve que a ellos les gusta comer sus fideos
y el arroz en objetos que tengan vida(s), y que se les note bien todo lo que
les ha acontecido. Porque, no solo los arreglan maestros decanos, dedicados a
tal fino arte, sino que además lo hacen añadiendo metales presiosos de
transición, precisamente para resaltar más las comisuras reparadas en el
acometido remiendo.
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El tazón en sí, tras su paso por el taller,
mantiene su uso primigenio, esto es, el de contener líquidos, pudiendo así servir
otra vez una ración de ramen calentito para el regocijo de su dueño.
Pero además ha mejorado, pues tras romperse se
le embebió oro puro y arte en su estructura. Así pues, es más valioso aún si
cupiera, ¡es un super-tazón! El Au, como le dicen los Licenciados, nos gusta
desde siempre y torna lo que toca en más culturalmente valioso y bonito. El
arte se lo dio el maestro, que con su saber hacer llevo a cabo la reparación,
aparentemente sencilla en el resultado pero laboriosa en la práctica. Son
cuatro partes, según rezan los manuales, el reconocimiento del daño, la visualización
de las piezas juntas, el lijado de los cantos vivos y el pegado de los trozos
con la aurífera resina. En total pasan semanas desde el accidente hasta la
reparación completa, como si al alma del cuenco no se la pudiera forzar a apresurarse
en su mejoría.
Además, también será un tazón revolucionario,
como su usuario, porque se sale de la normatividad que nos dice que, si algo se
te rompe pues lo tiras y punto. Luchas contra el sistema y le ganas, por una
vez, una pequeña batalla. Como diciendo… ¡No señoras, no! Lo vamos a arreglar y
luego lo mostraremos orgullosos de haber embebido en el tazón lo mejor del
original y las trazas, llamadas impurezas en química, que lo hacen volver a su
ser y a mejorar su belleza y esencia.
Como corolario, quería decir que, y este es
quid de la cuestión para mí, lo más importante y en lo que nadie pensó es que Kintsugi
es lo que el tazón mismo hubiera querido para sí. Él estaba feliz y orgulloso
como tazón, y el sentimiento de ser basura descartable, le horroriza. Se le creo,
bonito, con sus bordes más oscuros, como para resaltar la sopa que en el habite,
pero cuando un día a algún torpe, físico o intelectual, se le resbale y lo quiebre
en diez o doce pedazos, que no lo descarten. ¡Que él sabe que aun sirve y puede
ser incluso mejor de lo que antes fue!
Esto quiero pensarme yo cuando me rompa en
pedazos, pocos o muchos. Que un maestro ancestral vendrá en mi pega, me imbuirá
algo precioso y que seré mejor tazón, o padre, o hijo, o amigo, o pareja,
aunque se note que tuve traumas.